lunes, 1 de marzo de 2010

23. LISBOA CON WIN WENDERS

.


La gente que se aburre con el cine de Wenders lo tiene fácil en la crítica a LISBON STORY, una película de 1994 que parece un claro precedente de “Vicky Cristina Barcelona”, es decir, de cine al servicio de la publicidad de una ciudad o un grupo musical. Estoy seguro que muchos alemanes habrán ido a Lisboa para turistear por entre las calles y tranvías que tan bonitos quedan en la peli, o que muchos progres, incluso, se habrán comprado los discos de MADREDEUS, grupo de fados al que dedica tanto tiempo que al final no sabe uno si está viendo un mal video clip o una película de verdad.

A mí también me aburre muchas veces el cine de Wenders pero he de reconocer que tiene un deshabillé que me engancha. Una excentricidad especial a la hora de escoger los personajes, una poética bastante inusual en la acción y los diálogos, y sobre todo (que estamos en el LHD) un ojo para los lugares, que muy pocos cineastas tienen a su nivel.

Yo estuve en Lisboa en 1998 en un viaje de la Escuela de Arte con motivo de la Expo, o sea, cuatro años después de la película de Wenders, y aunque lo pasamos muy bien e hice muchas fotos (fue el año en que me compré mi primera digital con diskettes) lo cierto es que me vine con un sabor agridulce. Los portugueses no nos quieren a los españoles, nos dan la espalda, y ese recelo o esa amarga sensación de que te vean como un posible invasor de su identidad, acaba por calar y por cansar. No somos ni siquiera “extranjeros” como los alemanes de la película de Wenders. En vez de viajeros curiosos nos ven como una amenaza.

Quizás por eso, de la película de Wenders me gusta mucho el viaje por autopistas alemanas, francesas y españolas con que arranca la película. El paisaje europeo se ha unificado mucho, dice el protagonista en voz en off.




Paso de las calles en cuesta, los tranvías y las escaleras porque aunque son preciosas están más vistas que el TBO, y me quedo con los interiores amplios, geométricos y desconchados del caserón en que se instala el protagonista (casualmente el mismo donde ensaya Madredeus). Me recordaron algo de aquellos interiores de la parte final de El Gatopardo de Visconti. Frente a un callejero tortuoso y adaptado a la naturaleza, el orden geométrico de los grandes espacios de la arquitectura interior. Un contraste bellísimo.



La terraza sobre el estuario es de cine, claro, o de cine de Woody Allen sobre Barcelona, así que paso también. Pero Wenders no suele decepcionar todo el rato y nos regala una media hora final filmada en los suburbios de Lisboa, en zonas destartaladas de bloques y zonas polvorientas que nos devuelven al mejor cine italiano del neorrealismo, o al del Pisito de Berlanga. Esa extraordinaria mirada sobre la arquitectura y el urbanismo moderno que está en el candelero arquitectónico gracias al blog de VicisitudesySordideces.





Lisboa fue la capital de un gran imperio colonial, está ubicada en un gran escenario geográfico (el del estuario del Tajo) y como toda gran ciudad tiene de todo. Por ejemplo, nada más llegar en el año 98, yo retraté este monumental edificio postmoderno que bien merecería estar en Cascotes.



Pero, a veces, para reencontrarse con el hermano que no te quiere es preciso viajar muchos, muchos kilómetros. Cuando en el último viaje a Brasil visitamos el casco viejo de Salvador de Bahía experimenté la misma alegría que cuando visité Puebla en México. La alegría de ver nuestra misma civilización construida a miles de kilómetros y al otro lado del océano. O sea, la alegría del comienzo de la película de Wenders: la de que a veces los paisajes y las ciudades poseen esa unidad universal de la que los hombres estúpidamente recelamos.